Borges entre nosotros

I. Borges a través del espejo

Dice mi querido amigo Hugo Manrique Gálvez que en Ginebra, en el cementerio de Pleinpalais, margen izquierda del Ródano, bajo un ciprés, encontraremos una tumba en cuya lápida
hay dos inscripciones en lengua anglo-sajona. Son dos misteriosas invocaciones:


Jorge Luis Borges l899-l986 "And ne forhtedon na"
('y no temieran nada', Balada de Maldon, del s. X).

Y en la cara posterior de la piedra blanca: "Hann tekr sverthit Gram ok / legger i methal theira bert"
('él tomó su espada Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos', de la noruega Völsunga Saga 27, del s. XIII.)
Y unos nombres bajo la cita antigua, que nos traerán a las mentes personajes que conocemos desde El Aleph y El libro de arena: "De Ulrica a Javier Otárola".

¿No es éste hermano (o hijo) del hombre del suburbio del Buenos Aires de l89l que comprende, antes de morir, que desde el principio ha sido traicionado, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo, porque ya lo daban por muerto?
¿Qué hace el nombre de la única mujer de una historia amorosa de Borges suscribiendo una escritura hecha para invocar a dioses medievales que moran más allá del ruego?

Veinticinco años han transcurrido desde la muerte de este maestro de la literatura mundial y ciento doce desde su nacimiento en el sur del planeta. Llevó en su sangre
la discordia de todo americano desde nuestro Garcilaso: la lealtad a una Europa fatigada, cuyos paisajes vieron crecer a sus antepasados, y el amor a una América que aún amanece y no sabe darse tiempo para escuchar las voces de sus mejores hijos.


Envuelto en la dorada sabiduría de las bibliotecas, amó la simpleza de los humildes y marginales. Enamorado del coraje y la aventura, paseó su sombra por repetidas calles de paredes rosadas en las que se aburrían almacenes iguales.

Eximio nadador de ríos, navegó atlas diversos y ciudades que siempre fueron para él las mismas. Maravillado por los colores de la tarde, de los mapas, de la varia pintura que le ofrecían los libros, se hundió en la penumbra de una ceguera que lo acompañó más de tres décadas.

Refinado latinista, se solazó en el grueso lunfardo de compadritos y malevos. Devoto traductor del judío Kafka, rastreó los orígenes de las lenguas germánicas más allá del Beowulf, las kenningar y las runas.

Obsesionado por los tigres, los cuchillos, los espejos, escudriñó el budismo, que enseña que todo lo sensible es ilusorio. Admirador del álgebra y sus complicaciones, construyó laberintos no menos laboriosos.

Delicioso arabista de Las mil y una noches, cantó a Israel cuando la guerra de los Seis Días.
Rendido a la perfección de Cervantes y Shakespeare, no escribió una sola novela ni un drama ...

Y es que Borges, todo él, es una gloriosa contradicción. Siempre está en lo otro, en lo que ocupa su conciencia, en el objeto de su amor, de su pasión. Como un Midas metafísico, convierte en oro, en Borges, todo lo que toca. Como en la arquería zen, él es el arco, él la flecha, él el blanco. Siempre está allí donde arroja su mirada: es el espejo, es la imagen en el espejo, es el habitante del espejo.

No es casual que Jacques Lacan haga referencia a él en sus Escritos (París,l966) : El estadío del espejo como formador de la función del yo.

Borges nos reconcilia con el universo que habitamos, pero lo hace poniendo una misteriosa seña, una indescifrable runa para recordarnos nuestra limitación y pequeñez. Teje su laberinto de afuera hacia adentro y nos espera en su soledad central para mostrarnos su rostro, que es el rostro de todos y cada uno de nosotros. Por eso, Bertolucci al llevar al cine su cuento Tema del traidor y el héroe ( Ficciones, l944) lo tituló: La estrategia de la araña (Roma, 1970).
Arroja los objetos más diversos en una heteróclita dispersión cuyo común denominador es él. No fue por azar que Foucault escribió, intrigado por Borges, su libro Las palabras y las cosas (París, 1970).

Un triste compadrito del Buenos Aires de l890, sin más virtud que la infatuación del coraje, recibe, erudito, en un idioma que no hubiera comprendido, un epitafio ginebrino en l986. Nuestra vanidad y nuestra nostalgia -diría Borges- han armado una escena imposible.

Así será, Borges. Has muerto, se confunden nuestros tiempos, la cronología se pierde en un orbe de símbolos, y de algún modo es justo decir que te hemos amado y tú lo has aceptado.

II- Borges a través de los Andes

En 1923, J.L.Borges, el ultraísta de 24 años, nos hablaba, en el poema Inscripción sepulcral (1) del bisabuelo, el coronel Isidoro Suárez que “dilató su valor sobre los Andes” e “impuso en la llanura de Junín/ término venturoso a la batalla/ y a las lanzas del Perú dio sangre española”... Bisabuelo que “ahora es un poco de ceniza y de gloria”.

Hacia 1934, a los 35 años, intentará retener (what can I hold you with) el amor de Beatriz Webster de Bullrich en el segundo de los Two English Poems, ofreciéndole, entre otros tesoros interiores: “mi abuelo materno...dirigiendo la carga de 300 hombres en el Perú, ahora ya fantasmas sobre evanescentes caballos (vanishing horses)” (2).

En 1953, a los 54 años, ante una delicada filigrana poética en la que el abuelo “pensaría que para él había florecido esa rosa: La encarnada batalla de Junín”, irrumpe en el poema la voz del propio abuelo: “qué importa mi batalla de Junín si es una gloriosa memoria, / una fecha que se aprende para un examen o un lugar en el atlas...” la batalla es eterna y puede prescindir de los ejércitos, continúa el abuelo: “Junín son dos civiles que en una esquina maldicen a un tirano, / o un hombre oscuro que se muere en la cárcel”(3). Eran los felones años de la dictadura de Perón.

En el poema Cosas, entre todo aquello que “nadie mira, salvo el Dios de Berkeley”, aparece “el eco de los cascos de la carga de Junín, que de algún eterno modo no ha cesado...”(4) Borges tiene ya 70 años. A los 75, recordará al coronel Suárez en “esa batalla que torció el destino de América”: Junín, resplandeciente como un sueño.”(5)

También recordará, en La suerte de la espada, “el caballo y las luchas del desierto/ San Carlos y Junín, la carga última...” Y entre sus Talismanes habrá “un mate con un pie de serpientes que mi bisabuelo trajo de Lima” (6).

Bien podemos decir que a lo largo de medio siglo, Jorge Luis Borges ha venido reclamándose como descendiente de Junín y reputándose de peruano por la sangre materna. ¿Retórica de buen cuño? Veamos lo que dice a los 77 años:

El Perú

De la suma de cosas del orbe ilimitado
Vislumbramos apenas una que otra. El olvido
Y el azar nos despojan. Para el niño que he sido
El Perú fue la historia que Prescott ha salvado.

Fue también esa clara palangana de plata
Que pendió del arzón de una silla y el mate
De plata con serpientes arqueadas, y el embate
De las lanzas que tejen la batalla escarlata.

Fue también una playa que el crepúsculo empaña
Y un sigilo de patio, de enrejado y de fuente,
Y unas líneas de Eguren que pasan levemente
Y una vasta reliquia de piedra en la montaña.

Vivo, soy una sombra que la sombra amenaza,
Moriré y no habré visto mi interminable casa. (7)

Y a los 78, en la hermosa dedicatoria de su Obra poética completa a su madre, con la que compartió “la carga de los húsares del Perú...”
O a los 82 años, en el misteriosísimo poema El forastero, en el que un sacerdote shintoista dice:

Esta mañana nos visitó un viejo poeta peruano. Era ciego.
/ Desde el atrio compartimos el aire del jardín y el olor de la tierra húmeda y el canto de aves o de dioses.
/ A través de un intérprete quise explicarle nuestra fe.
/ No sé si me entendió.
/ Los rostros occidentales son máscaras que no se dejan descifrar.
/ Me dijo que de vuelta al Perú recordaría nuestro diálogo en un poema.
/ Ignoro si lo hará.
/ Ignoro si nos volveremos a ver.” (8)

La encarnada batalla de Junín; esa “vasta reliquia en la montaña”: Machu Picchu; la Lima de los libertadores; el “poeta peruano ciego”; la “vuelta al Perú”; el “poema ignorado”...¿no son formas del amor que nos vienen desde el fondo de los tiempos, en la vasta palabra de nuestro grande Borges?

Sabemos, con certeza, que una tarde de noviembre de 1978, el pintor Fernando de Szyszlo recibió a Borges y a María Kodama en su casa a cenar. Estaban Blanca Varela, Silva Santisteban, Vargas Llosa, Carlos Germán Belli y Javier Sologuren. Hablarían de la tarde más que tibia, del eterno misterio que es la poesía, que a los hombres nos es dado vislumbrar entre nieblas... Como una cortesía para la Kodama, Belli diría que Sologuren conoce la interminable poesía oriental. Se hablaría del Yi Ching, del Tao Te Ching, del Zen, de los haikus, y se haría alguna tangencial mención de la miopía y la serena ceguera compartidas...

¿Surgiría el poema El forastero de esa conversación? ... “Moriré y no habré visto mi interminable casa”... “Yo también soy peruano”, dijo en una de las últimas entrevistas ... La similicadencia de los nombres Eguren-Sologuren habrían instalado la empatía...¿Quién es el “viejo poeta peruano ciego”?... Sologuren tenía 56 años, Borges 79...¿las líneas de Eguren “pasarían levemente”, poniendo una piadosa neblina sobre las duras palabras que Vallejo le dirigiera en la década del ’20, y que alguien le leería hacia 1973?(9) ...”No conozco a Vallejo”, diría en una entrevista, “más bien recuerdo unas líneas de Eguren...”

El Perú: casa, morada, latido, rumor en la sangre de nuestro Borges...Borges, nacido en Buenos Aires, ciudadano peruano por la magia de la sangre y la palabra.



Notas:
(1) Fervor de Buenos Aires. 1923.
(2) El otro, el mismo.1964,
(3) Ibid.
(4) El oro de los tigres.1972.
(5) La moneda de hierro. 1976
(6) Ibid.
(7) Ibid.
(8) La cifra.1981.
(9) Vallejo, César: Contra el secreto profesional. Lima, Mosca Azul, 1973.

Víctor Hugo Velázquez Cabrera
24 de agosto, 2011