CENTENARIO de José María Arguedas,

Huérfano de madre, fue criado por los sirvientes indios y, según su propio testimonio, aprendió quechua antes que español. Fue traductor y recopilador de mitos, leyendas y canciones quechuas, y se dedicó a la antropología convencido del valor de la música y la poesía de un pueblo del que se sentía parte. Fue mucho más que un indigenista: su obra literaria se empeñó en trasladar a las formas modernas de la narración y al lenguaje castellano -sin desvirtuarla- una visión del mundo "otra", dando cuenta de las contradicciones de la sociedad y la cultura peruanas. En ese esfuerzo se jugó su vida. Desgarrado entre dos mundos antagónicos, aquejado de una depresión que se le hizo crónica, se suicidó de un balazo en 1969.

Lo recorremos en sus libros mayores; sus cartas a Ángel Rama, estudioso de su obra y amigo personal; su legendaria polémica con Julio Cortázar que enfrentó dos formas de entender la literatura, además de los testimonios personales de su editor argentino y su psiquiatra uruguayo.

Oscar Brando

"La muerte en Perú patria es extranjero…
La vida también es extranjero".
El zorro de arriba y el zorro de abajo


TIEMPO ATRÁS una biografía de Cortázar consideró que su nacimiento en Bélgica no había sido resultado de una estadía accidental de sus padres. Esta investigación desmentía algunos lugares comunes repetidos sobre el trabajo del padre de Cortázar y afirmaba que había ido a Europa a instalarse en forma definitiva y que un fracaso en ese empeño lo había obligado a regresar a Argentina. Otro caso singular fue el descubrimiento, hace años, de que Alejo Carpentier, contra lo que afirmó toda su vida, no había nacido en La Habana sino en Suiza.

Pueden ser dos detalles sin interés. Del primero parecería que no hay nada que decir; del segundo uno puede preguntarse por qué el ocultamiento. Al mismo tiempo si se entiende que los dos escritores tuvieron con Europa una relación particular (pero también la tuvieron Andrés Bello, García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Roberto Bolaño) es lícito, para ciertos enfoques psicocríticos, detenerse en el detalle. Porque de acuerdo a estos ni Cortázar, sobre todo, ni Carpentier, se habrían alejado viajando a Europa, sino que ese viaje habría sido el regreso a un origen que, por motivos sumergidos, habría sido denegado. Como se sabe Freud definía muy bien la denegación a partir de un hipotético ejemplo de terapia: cuando un paciente cuenta un sueño y dice "esa no era mi madre", es porque es la madre.

UNA HIPóTESIS. Puede encontrarse en Internet el seguimiento de una afirmación que hiciera Luis Valcárcel en sus Memorias: "José María Arguedas era hijo natural de un abogado de vida irregular". Un investigador solitario, Walter Saavedra, director de la publicación Tutaykiri, desde hace tiempo se propuso seguir la pista abierta por Valcárcel y la indagación iniciada en los ochenta por el profesor Blandy Gutiérrez Palomino. Las pistas de Gutiérrez conducían a Huanipaca, distrito de la provincia de Abancay en el departamento de Apurímac, y hasta una india de nombre Juanita Tejada, sirviente en la hacienda Karkeki, propiedad de don Manuel María Guillén, casado con la hermana del padre de Arguedas. Según esta historia mal documentada, Víctor Manuel Arguedas habría pasado la Semana Santa de 1910 por la hacienda de su cuñado y seducido a la joven Juanita que debía tener 14 años. La muchacha habría dado a luz hacia fin de año un hijo que, a las pocas semanas, fue entregado por los franciscanos a su padre. Si así ocurrió, José María fue llevado con su padre y con Victoria Altamirano Navarro a Andahuaylas donde figura haber nacido el 18 de enero de 1911 y bautizado el 25 de febrero. Vivió con Victoria hasta la muerte prematura de ésta en abril de 1914. A partir de allí, y hasta el segundo matrimonio de su padre en 1917, el lugar de residencia de José María es impreciso, aunque se afirma que vivió en la casa de su abuela en Andahuaylas. Pero atrevidas especulaciones de Saavedra, luego de una investigación de campo que hiciera en 2004 en Huanipaca, insinúan que el pequeño podría haber vuelto a la hacienda Karkeki con su madre, luego de la muerte de Victoria Altamirano.

Hemos calificado la investigación como aislada y mal documentada. Es muy poco probable que José María haya estado entre los 3 y los 6 años viviendo con su madre Juanita y que ningún recuerdo le haya quedado de esa convivencia. La idea de que Arguedas negara su origen iría a contrapelo de todos sus pronunciamientos acerca de su proximidad a la cultura quechua y de la necesidad terapéutica que se impuso a partir de 1960 de hacer explícitas sus complicaciones de carácter emocional. "Yo no me acuerdo de mi mamá. Es una de las causas de las perturbaciones emocionales y psíquicas", le dijo a Sara Castro-Klarén en las entrevistas que le concedió en 1966 y 1967. En el caso de ser cierta la maternidad de Juanita Tejada, este velo indica que o bien José María no volvió nunca a verla o si la volvió a ver lo hizo sin saber que era su madre. No se recorta con claridad entre las numerosas figuras maternas que irrumpen en la obra de Arguedas ni aparece en los recuerdos que desgranó a partir del Primer Encuentro de Narradores Peruanos en Arequipa en 1965, en los registros autobiográficos que se acentuaron en el último volumen de cuentos Amormundo o en el diario que introdujo en la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo. Entre las endebles pruebas que exhibe el creador de la tesis Arguedas-hijo-natural están las menciones a Huanipaca en la obra de Arguedas, una escena de violación que se produce en el cuento inédito en vida del escritor, "Mar de harina", publicado en Marcha en 1966 como preparación de la última novela, y parecidos físicos o declaraciones imprecisas de gente del lugar.

Hay algo descabellado en la tesis, si con ella se desea mostrar que la insistente afirmación de Arguedas de pertenecer al mundo indio tuvo una razón de origen, un componente atávico que Arguedas desconoció pero que actuaba sobre él. Algo que se ve habitualmente en el melodrama (el teleteatro es solo una exageración reciente de esto) es que el personaje realiza acciones inexplicables conducido por causas que desconoce. El atractivo que Arguedas sentía por el mundo indígena y que lo llevó incluso a falsear la prioridad de sus lenguas (no es demostrable que manejara en su niñez mejor el quechua que el español como él afirmó rotundamente, y es más bien seguro que su lengua principal fuera el castellano) no necesita la leyenda del niño expósito. Alcanza con la forma en la que fabuló su orfandad (wakcha), su vivir errabundo, su "forasterismo", la representación de un mundo unanimista que lo resguardaba en el contacto con la naturaleza, la violencia generada por una sociedad marcada por un profundo desprecio al indio y, en este sentido, una condición emocional personalísima que lo ponía siempre en el lugar sufriente.

La lengua materna. El desarrollo de la obra de Arguedas puede verse como una revelación o anagnórisis (descubrimiento), pero no sólo de esa identidad escondida, no reconocida. Apuntó hacia otro objetivo que lo trascendía, sin dejar la búsqueda original. Buscó una lengua que pudiera expresar el plus de sentido que, según él creía, se les seguía escapando a las literaturas indigenistas. A partir de esa convicción Arguedas comenzó a especular con la posibilidad de una lengua literaria, no mimética (rechazaba, en sus comienzos, la imitación del español que hablaban los serranos cuando bajaban a la costa) que encontrara, en una reformulación del castellano, algo próximo a la cosmovisión quechua. Esa, podríamos decir, fue la imagen de madre que persiguió Arguedas a partir de la invención de una "lengua materna".

Desde los primeros intentos fallidos de principios de la década del ´30, Arguedas fue avanzando en una teoría de la lengua quechua, que desarrolló hacia 1950 y que culminó en la novela Los ríos profundos (1958) publicada luego de años de trabajo. En esta novela, desde el primer capítulo, Arguedas no solo se presenta como traductor del quechua sino como inventor de formas pasibles de expresar la crispadísima subjetividad de su personaje. Ernesto, el protagonista adolescente, recuerda, al tocar las piedras del Cuzco las canciones quechuas que refieren al "yawar mayu", el río de sangre. Pero como él siente las piedras moverse bajo sus manos piensa si no se podría decir "yawar rumi", piedra de sangre, o "puk-tik yawar rumi", piedra de sangre hirviente. Arguedas creyó hallar aquí el mejor modelo de síntesis, de armonía de mundos, de literatura transculturada como luego la llamaría Ángel Rama. Fue la culminación (la cima está en el capítulo 6 "El zumbayllu") y el comienzo doloroso de una nueva anagnórisis, un nuevo reconocimiento que le consumiría los años finales de su vida hasta el suicidio.

La década del ´60 revelará todos los sentidos de esa crisis. Por un lado, los signos de la violencia social y mítica que se ambientaba en los patios del internado de Abancay y en la rebelión de las chicheras en Los ríos profundos, mutaría en violencia desagregadora en El sexto, la novela que recrea su experiencia carcelaria. Al mismo tiempo Arguedas descubre la incompatibilidad del quechua y el español y comienza a escribir algunos textos en la lengua andina. Poemas sobre todo, también un cuento, quisieron abrir el cauce de una literatura quechua; al final escribirá en quechua una carta a Hugo Blanco, el guerrillero preso que había encabezado levantamientos campesinos. En esos años recrudecen sus problemas psíquicos, comienzan sus tratamientos y entre las recomendaciones que sus terapeutas le dan está la de escribir sus experiencias traumáticas. Surgen entonces su tan citada conversación en el Encuentro de Narradores en 1965, sus declaraciones a Castro-Klarén, la escritura del relato que luego devendría el conjunto de cuentos Amormundo y la confección de un diario que finalmente formaría parte de la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo. En esta novela la dicción de los personajes es un caos irreparable, Arguedas parece conformarse muchas veces con la transcripción fiel de los testimonios grabados en la costa, hay una renuncia a cualquier tipo de organización conocida (tal vez se esté, como supone Lienhard, ante un nuevo tipo de relato) hasta el punto de suspender el desarrollo de la trama para presentar su fragmentación en los que llama "hervores". Si regresamos al razonamiento anterior, el fracaso de la lengua lo habría devuelto a la orfandad de origen.

El poder de los débiles. Arguedas hizo un primer intento de suicidio en 1966, y al final consiguió su objetivo en 1969. Pero el recorrido por los datos anteriores no tiene como finalidad explicar lo inexplicable, el suicidio, sino ese extrañamiento que Arguedas descubrió temprano, que intentó rebatir a través de su literatura, que le permitió la escritura de su relato cumbre y le exigió, en los años finales, un desnudamiento que, junto a la derrota de la transculturación, le fue debilitando su afán por vivir.

Un artículo de Mercedes López-Baralt plantea las "Tres llaves andinas para acceder a la escritura de Arguedas": Wakcha, Pachakuti y Tinku. El término quechua wakcha significa la orfandad. Está cargado de la pobreza material pero también del estado de ánimo de soledad, el abandono, el no tener a quién acudir. Wakcha es también el forastero, el desterrado, el migrante que no tiene qué dar y por lo tanto está en condición de huérfano. El personaje de "El sueño del pongo" (1965) será "huérfano de huérfanos". Lo peculiar es que esos desposeídos son los que contienen el poder de producir el pachakuti, de voltear el mundo e imponer justicia. Sin duda es el cuento "El sueño del pongo", escrito en quechua, el que informa mejor ese mesianismo andino que nace en el mito del Inkarrí, recogido y traducido por Arguedas una década antes. El tercer concepto, tinku, refiere al lugar de encuentro de elementos provenientes de campos diferentes. Toda la obra de Arguedas se construye sobre la intersección de dos mundos que proponen culturas disímiles, pero es sin duda en la última década en la que esos dos mundos inasimilables le proponen un conflicto irresoluble. En la novela de los zorros con que Arguedas cierra su vida esa oposición alcanza su máximo tono. La sierra invade la costa y la andiniza en un proceso inverso de la utópica tarea de civilizar, sobre todo porque la civilización, la ciudad, el puerto pesquero donde se desarrolla la novela está poluido por la explotación, la extranjerización y no solo ha barrido con la cultura ciudadana sino que degrada hasta lo ininteligible todas las lenguas que lo habitan. El zorro de arriba y el zorro de abajo luchan agónicamente adentro de un sujeto, el escritor, que no consigue que el optimismo venza al sentimiento de desarraigo, al extrañamiento.

Dice López-Baralt luego de citar del Encuentro de Narradores un penúltimo pronunciamiento de fe en la demolición de las distancias entre urin (abajo) y hanan (arriba): "Se trata del mismo optimismo voluntarioso -tanto más conmovedor en tanto nace de la angustia personal que ha visto cómo la orfandad biográfica se torna en desarraigo cultural y, ya en la plenitud de su vida y de su carrera, en marginación profesional- que lo mueve a emprender la escritura de la última novela".

Todavía en 1968, cuando recibió el premio Garcilaso de la Vega, dijo Arguedas: "Yo no soy un aculturado. Yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua. Deseaba convertir esa realidad en lenguaje artístico y tal parece, según cierto consenso más o menos general, que lo he conseguido". El 28 de noviembre de 1969 puso fin a esa demoníaca felicidad.

La polémica "Arguedas-Cortázar" (1967-1969)

Golpe por golpe
Carlos Cipriani López

EN 1967 JULIO CORTÁZAR fue invitado a colaborar con la revista Casa de las Américas. Debía escribir un ensayo en torno a la situación de los intelectuales latinoamericanos por aquellos tiempos. El argentino cumplió sin demorarse pero entregando un trabajo epistolar. La carta abierta, fechada el 10 de mayo de 1967 y dirigida al poeta cubano Roberto Fernández Retamar, le permitió a Cortázar dar cuenta del carácter voluntario de su exilio en París, donde por entonces ya había vivido más de 15 años, y destacar cuáles eran para él las raíces de lo latinoamericano, la definición de lo autóctono, la cultura regional y la visión supranacional.

Antes de promediar el texto, que se publicó por primera vez en La Habana, en el Nº 45 de Casa de las Américas, dice Cortázar: "El telurismo, como entiende entre ustedes un Samuel Feijoo, por ejemplo, me es profundamente ajeno por estrecho, parroquial y hasta diría aldeano; puedo comprenderlo y admirarlo en quienes no alcanzan, por razones múltiples, una visión totalizadora de la cultura y de la historia, y concentran todo su talento en una labor `de zona`, pero me parece un preámbulo a los peores avances del nacionalismo negativo cuando se convierte en el credo de escritores que, casi siempre por falencias culturales se obstinan en exaltar los valores del terruño contra los valores a secas, el país contra el mundo".

Más adelante, ingresando ya en una especie de análisis altanero donde el destino de la producción propia se usa como argumento incontrastable, agrega Cortázar: "me asombra que a veces no se advierta hasta qué punto el eco que han podido despertar mis libros en Latinoamérica se deriva de que proponen una literatura cuya raíz nacional y regional está como potenciada por una experiencia más abierta y más compleja, y en la que cada evocación o recreación de lo originalmente mío alcanza su extrema tensión gracias a esa apertura sobre y desde un mundo que lo rebasa y en último extremo lo elige y lo perfecciona".

El 13 de mayo, en el "Primer diario", anticipado en el Nº 6 de la revista Amaru correspondiente al trimestre abril/junio de 1968 -y luego incluido en la novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo- José María Arguedas decidió contragolpear. Entre los receptores de la polémica, desde entonces también las opiniones y balances críticos aparecen divididos. Mario Vargas Llosa, por ejemplo, opinó que Cortázar llevó la razón de modo transparente de principio a fin. Pero hubo y hay otros análisis a tener en cuenta.

causas del escritor. En su primera respuesta, en pocas palabras Arguedas opinó que Cortázar aparecía decidido a "aguijonear con su `genialidad`, con sus solemnes convicciones de que mejor se entiende la esencia de lo nacional desde las altas esferas de lo supranacional".

Aunque también hay quienes definieron la polémica en cuestión como "un diálogo de sordos", lo cierto es que no lo fue en todo momento. Resultó por pasajes un combate en extremo complejo, debido a la multiplicidad de planteos, sea a nivel intelectual, psicológico, ético o estético.

Sin caer aquí en anacronismos, sino a la luz de elaboraciones teóricas que ya se planteaban en la segunda mitad del siglo XX, puede decirse que Arguedas aparecía defendiendo una literatura transcultural, no meramente regional, aunque no siempre lo estableciera con claridad. Por otro lado, aun sin proponérselo, fustigaba lo que hoy puede interpretarse como una especie de literatura transnacional (o "visión des-nacionalizada", término que usó Cortázar aunque sólo para referirse a su alegría de haber salido de la Argentina y así haber podido seguir desde Europa la revolución cubana). En la carta, Cortázar llega a confesar: "si me hubiera quedado en la Argentina, mi madurez de escritor se hubiera traducido de otra manera, probablemente más perfecta y satisfactoria para los historiadores de la literatura, pero ciertamente menos incitadora, provocadora y en última instancia fraternal para aquellos que leen mis libros por razones vitales y no con vistas a la ficha bibliográfica o la clasificación estética". Más adelante, su planteo transnacional (o "planetario", como lo llama) queda otra vez parcialmente en evidencia: "la argentinidad de mi obra ha ganado en vez de perder por esa ósmosis espiritual en la que el escritor no renuncia a nada, no traiciona nada, sino que sitúa su visión en un plano donde sus valores originales se insertan en una trama infinitamente más amplia y más rica y por eso mismo -como de sobra lo sé yo aunque otros lo nieguen- ganan a su vez en amplitud y riqueza, se recobran en lo que pueden tener de más hondo y de más valedero".

La transculturación en cambio se presentaba descripta ya desde los años ´40 del siglo XX (según lo enunció el antropólogo cubano Fernando Ortiz en el libro Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar) como un proceso de choques y encuentros creativos entre diversas culturas, donde una adquiere elementos de otra. Esta idea fue asumida y empezada a reformular a comienzos de los ´70 por el crítico uruguayo Ángel Rama, quien justamente citó como ejemplo de narrador de la transculturación a José María Arguedas, junto a Rulfo, Guimaraes Rosa y García Márquez.

profesionales. Según Cortázar, en el tercer mundo la profesión de escritor a fines de los ´60 aún merecía casi siempre "una mirada de reojo". Arguedas por su parte afirma también en su Primer Diario, el 15 de mayo: "había decidido hablar hoy algo sobre el juicio de Cortázar respecto del escritor profesional. Yo no soy escritor profesional, Juan (Rulfo) no es escritor profesional, ese García Márquez no es escritor profesional. ¡No es profesión escribir novelas y poesías! O yo, con mi experiencia nacional, que en ciertos resquicios sigue siendo provincial, entiendo provincialmente el sentido de esta palabra oficio como una técnica que se ha aprendido y se ejerce específicamente, orondamente para ganar plata. Soy en ese sentido un escritor provincial; sí, mi admirado Cortázar; y, errado o no, así entendí que era don Joao (Guimaraes Rosa) y que es don Juan Rulfo. Porque de no, Juan, que conoce al infinito el oficio, no debería ser pobre. Yo tuve que estudiar etnología como profesión; el Embajador (Guimaraes Rosa) fue médico; Juan se quedó en empleado. Escribimos por amor, por goce y por necesidad, no por oficio. Eso de planear una novela pensando en que con su venta se ha de ganar honorarios, me parece cosa de gente muy metida en las especializaciones. Yo vivo para escribir, (...) para interpretar el caos y el orden. ¡Ah! La última vez que vi a Carlos Fuentes, lo encontré escribiendo como a un albañil que trabaja a destajo. Tenía que entregar la novela a plazo fijo. Almorzamos, rápido, en su casa. Él tenía que volver a la máquina. Dicen que eso mismo les sucedía a Balzac y a Dostoievski. Sí, pero como una desgracia, no como una condición de la que se enorgullecieran".

Provincianos. El 17 de mayo Arguedas subrayó una obsesión desafiante, pero no "idiota" como la calificó Cortázar: "Así somos los escritores de provincias -dice Arguedas-, estos que de haber sido comidos por los piojos, llegamos a entender a Shakespeare, a Rimbaud, a Poe, a Quevedo, pero no el Ulises. ¿Cómo? Dispénsenme. En esto de escribir del modo como lo hago ahora ¿somos distintos los que fuimos pasto de los piojos en san Juan de Lucanas (...), distintos de Lezama Lima o Vargas Llosa? No somos diferentes en lo que estaba pensando al hablar de provincianos. Todos somos provincianos, don Julio (Cortázar). Provincianos de las naciones y provincianos de lo supranacional que es también, una esfera, un estrato bien cerrado, el del `valor en sí`, como usted con mucha felicidad señala".

A esto y otros cuestionamientos responderá Cortázar en la entrevista que publicó la revista Life en español el 7 de abril de 1969. Como afirma Mabel Moraña -en un trabajo incluido en el libro de varios autores José María Arguedas: hacia una poética migrante editado por la Universidad de Pittsburgh en 2006-, con lo que declara a Life, como en otras instancias de la polémica, Cortázar encarna: "el cosmopolitismo europeizante, (...) frente al telurismo militante y atormentado del peruano. (....) Arguedas, que ha pasado a representar dentro de los estudios latinoamericanos el prototipo del productor cultural postcolonial, defiende el vínculo entre su asentamiento `provinciano` (...) e, implícitamente, el acceso a saberes locales. Cortázar, por su lado, fundamenta los beneficios de la distancia (...). Podría decirse que en Cortázar se representa de manera casi paradigmática la índole dual del migrante y la necesidad de este sujeto de articular pérdida y reinserción cultural, el aquí y el allá, las contradictorias relaciones con la lengua y la comunidad propias y adoptadas, las nociones de identidad y diferencia, territorialidad y forasterismo. (...) El ideal al que remite la visión de Cortázar depende de un concepto de historia universal que no es ajeno a los modelos eurocentristas -etnocentristas- que se aplicaran en América Latina desde la organización de los estados nacionales".

desde parís. Entre mucho más, declaró Cortázar a Life: "De golpe me acuerdo de un tango que cantaba Azucena Maizani: `No salgas de tu barrio, sé buena muchachita, cásate con un hombre que sea como vos, etc.`, y toda esta cuestión me parece afligentemente idiota en una época en que por una parte los jets y los medios de comunicación les quitan a los supuestos `exilios` ese trágico valor de desarraigo que tenían para un Ovidio, un Dante o un Garcilaso, y por otra parte los mismos `exiliados` se sorprenden cada vez que alguien les pega la etiqueta (...). Hablando de etiquetas, por ejemplo, José María Arguedas nos ha dejado como frascos de farmacia en un reciente artículo publicado por la revista peruana Amaru. Prefiriendo visiblemente el resentimiento a la inteligencia, lo que siempre es de deplorar en un cronopio, ni Arguedas ni nadie va a ir demasiado lejos con esos complejos regionales, de la misma manera que ninguno de los `exiliados` valdría gran cosa si renunciara a su condición de latinoamericano para sumarse más o menos parasitariamente a cualquier literatura europea. A Arguedas le fastidia que yo haya dicho (en la carta abierta a Fernández Retamar) que a veces hay que estar muy lejos para abarcar de veras un paisaje, que una visión supranacional agudiza con frecuencia la captación de la esencia de lo nacional. Lo siento mucho, don José María, pero entiendo que su compatriota Vargas Llosa no ha mostrado una realidad peruana inferior a la de usted cuando escribió sus dos novelas en Europa. (...) Cuando usted dice que los escritores `de provincias`, como se autocalifica, entienden muy bien a Rimbaud, a Poe y a Quevedo, pero no el Ulises, ¿qué demonios quiere decir? ¿Se imagina que vivir en Londres o en París da las llaves de la sapiencia? ¡Vaya complejo de inferioridad, entonces! (...) A manera de consuelo usted agrega: `Todos somos provincianos, provincianos de las naciones y provincianos de lo supranacional` . De acuerdo; pero menuda diferencia entre ser un provinciano como Lezama Lima, que precisamente sabe más de Ulises que la misma Penélope, y los provincianos de obediencia folklórica para quienes las músicas de este mundo empiezan y terminan en las cinco notas de una quena."

sobre lo autóctono. En resumen de lo analizado por Mabel Moraña, la literatura arguediana "reivindica las visiones y matrices conceptuales de pueblos devastados por el colonialismo que sobreviven en los márgenes de la nación moderna". Enfrentada a eso, polarizada, aparece la visión de Cortázar. Dice al respecto Moraña: "La ligereza con que el argentino decide ignorar, desde su asentamiento parisino, la importancia de lo local y con la que asimismo despacha el tema de la raza, es reveladora de su propio condicionamiento cultural como ciudadano de uno de los países más europeizados y pretendidamente `blancos` de América Latina".

También para Life dijo Cortázar: "En Cuba me preguntaron hace poco qué grado de importancia le daba al sentido autóctono de un escritor, y hasta qué punto esa utilización del contexto cultural, de la tradición de raza, constituían exigencias para mí. Contesté que la pregunta me parecía ambigua en la medida en que la noción de autóctono también lo era. De hecho, ¿qué quiere decir exactamente `contexto cultural` en nuestro tiempo? Si lo reducimos a la cultura exclusivamente regional, no vamos demasiado lejos en América Latina, ¿Y `tradición de raza`? Conozco el uso que pueden hacer de estas expresiones aquellos para quienes la realidad tiende siempre a parecerse a una guitarra. A un indigenista intransigente, Borges le preguntó una vez por qué, en vez de imprimir sus libros no los editaba en forma de quipus. La verdad es que todo esto es un falso problema".

Respuesta a la fama. Después de esto, el 18 de mayo de 1969, en el Tercer Diario (que interrumpe como los dos anteriores la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo), un Arguedas que confiesa estar "otra vez en el pozo, con el ánimo en casi la nada" escribe: "desde la grandísima revista norteamericana Life, Julio Cortázar, que de veras cabalga en flamígera fama, como sobre un gran centauro rosado, me ha lanzado unos dardos brillosos. Don Julio ha querido atropellarme y ningunearme, irritadísimo, porque digo en el primer diario de este libro, y lo repito ahora, que soy provinciano de este mundo, que he aprendido menos de los libros que en las diferencias que hay, que he sentido y visto, entre un grillo y un alcalde quechua, entre un pescador del mar y un pescador del Titicaca, entre un oboe, un penacho de totora, la picadura de un piojo blanco y el penacho de la caña de azúcar: entre quienes, como Pariacaca, nacieron de cinco huevos de águila y aquellos que aparecieron de una liendre aldeana, de una común liendre, de la que tan súbitamente salta la vida. Y este saber, claro, tiene, tanto como el predominantemente erudito, sus círculos y profundidades".

Más sobre exilados. El punto final de la polémica fue la respuesta de Arguedas publicada en El Comercio de Lima el 1º de junio de 1969, que también se reprodujo en varias revistas latinoamericanas y luego en la Edición Crítica de El zorro de arriba y el zorro de abajo, en la famosa Colección Archivos.

Entre algunos de los temas de controversia, el peruano se lanza a revelar, con alguna ironía y duros sarcasmos, los complejos de Cortázar por su exilio voluntario. "Con respecto a usted y los escritores que usted cita como exilados, yo nunca he manifestado duda ni sospecha; al contrario, he sentido un verdadero regocijo por haber creado ustedes -Fuentes es cosa aparte- precisamente en Europa obras que han conmovido e interesado en casi todo el mundo. ¿En qué se funda usted para asegurar que dudo y sospecho? ¿No será, digo yo, que a lo mejor es usted el único que duda y sospecha? (...) Ni Cortázar, ni Vargas Llosa, ni García Márquez son exilados. No sé de dónde ni de parte de quién surgió este inexacto calificativo con el que, aparentemente, Cortázar se engolosina. Ni siquiera Vallejo fue un verdadero exilado. A usted, don Julio, en esas fotos de Life se le ve muy en su sitio, muy `macanudo`, como diría un porteño. No es exilado quien busca y encuentra -hasta donde es posible hacerlo en nuestro tiempo- el sitio mejor para trabajar. A pesar de su pasión y muerte Vallejo escribió lo mejor de su obra en París y quién sabe no habría llegado a tanto si no se hubiera ido a Europa. Empiezo a sospechar, ahora sí, que el único de alguna manera `exilado` es usted, Cortázar, y por eso está tan engreído por la glorificación, tan folkloreador de los que trabajamos in situ y nos gusta llamarnos, a disgusto suyo, provincianos de nuestros pueblos de este mundo, donde, como usted dice, ya se intentaron y funcionan muy eficientemente, los jets, maravilloso aparato al que dediqué un jaylli quechua, un himno bilingüe de más de cinco notas como felizmente las tienen nuestras quenas modernas."

UNA CARTA de arguedas. En más de una ocasión se ha insinuado que la polémica con Cortázar fue determinante para agravar el estado depresivo de Arguedas que lo llevó al suicidio. Empero, hay un documento que retrata al escritor peruano muy conforme con las inmediatas repercusiones que tuvo la polémica en la prensa latinoamericana.

En concreto, la última referencia que dejó por escrito Arguedas se lee en la carta que envió al editor Don Gonzalo Losada, fechada en Santiago de Chile el 13 de junio de 1969. Allí dice: "Espero que se haya usted informado de la `inevitable` réplica que escribí -yo le llamé `comentario`- a los conceptos algo insensatamente despectivos que Cortázar me dedica en un número de Life. Yo le envío el recorte de Ercilla en que aparece mi nota. Marcha, de Montevideo, la publicó muy adecuadamente (...). También se publicó mi nota en el suplemento de El Comercio de Lima. ¡Ojalá! que las agencias de su editorial en Lima, Santiago y Montevideo le hayan enviado los recortes. Las tres publicaciones (...) me han tratado muy bien en los comentarios (...). He recibido cartas de felicitación y el más estimable escritor joven chileno y que es quien mayor prestigio tiene en América Latina, me llamó para no sólo felicitarme sino para `agradecerme` a nombre de su querido amigo Julio, mi nota. Este excelente escritor (quizás Jorge Edwards) cree que todo lo que me veo o me vi obligado a decirle a Cortázar le hará bien, si es que aún tiene oídos para oír las críticas duras, pero bien inspiradas, las considere él exageradas o no".