22 de noviembre: Santa CECILIA de los músicos

Hartmann Schedel, 1493

a Cecilia Granadino y su voz cantarina
Fue una noble romana (c. 200 dC.) cuyo nombre significa en latín 'cegadora' (quizás por su belleza). Casó con un importamte miembro de la familia Metellus (que hasta papa tuvo).
Como eran tiempos de cambios de camiseta religioso-política, ella le juró al Metellus novio que sólo sería suya si se convertía a la fe de Cristo. La sección 'pagana' (como Althaus o El Comercio) de la familia contrayente, la llevó a 'seguridad del estado', donde se dispusieron a hacerla abjurar de la fe cristiana. Doña Cecilia se cerró en sus trece y 'no quiero, no quiero...aunque me arranquen el cuero...'

Entonces el prefecto sobón, algo así como el Rafael Rey del senador Metellus, ordenó que le corten el cuello: qué tan malo sería el acero ('made in China') que -dicen las Acta martyrologium hieronymianum- 'sólo sangró un poco por la herida y se puso a cantar durante tres días'. Cronista hay que asegura haberla visto cantando y bailando 'No morirá' -del grupo DLG- con el mejor saoco: http://www.youtube.com/watch?v=Y3TU8ny6d8o

Pues para cambiar ese 'milagro', fue condenada a ser ahogada en la tina de su palacio -como a las palomas de semana santa 'para no derramar su sangre inocente'- y, entre gluglús y gluglúes, expiró y entregó el equipo -siempre cantando-, no sin sacarle cachita al tío y a la tía Metellus que tanta inquina le tenían por 'morenita'.
Ya los decires de que murió 'tocando el órgano' -lo cual me parece un insulto tremendo a tan casta virgen- son un invento del despistado copista de cuyos textos hizo uso Geoffrey Chaucer, genial inglés que escribió en perfecto francés de Londres sus Cuentos de Canterbury:
And whyl the organs maden melodye / To God alone in herte thus sang she
(Y mientras los órganos hacían melodías / a Dios solo en el corazón así cantó ella ...)
y transcribió (¿no les digo que despistado?) 'intrumentos de tortura' (candentibus organis) por instrumentos 'cantantes'-musicantes- (canentibus organis) y entonces, la antífona ya citada acabó diciendo:
Venit dies in quo thalamus collocatus est, et, cantantibus organis, illa in corde suo soli Domino decantabat: Fiat Domine cor meum et corpus meus inmaculatum et non confunda...
'Vino el día en que se colocó la tarima -thalamus collocatus est-(de tortura, y no 'en que el matrimonio se celebró') y 'durante los instrumentos candentes', ella en su corazón a su único Señor cantaba -candentibus organis... illa decantabat-: Haz, Señor, mi corazón y mi cuerpo inmaculados y sin confusión (alguna).' No era, pues, su banquete nupcial, sino más bien el momento del martirio.

Pero ya la palabra latina organum comenzaba a usarse para designar el recién inventado ‘órgano’ -que no existía cuando la Ceci- y cundió la especie: "ella cantaba y se acompañaba con el órgano" y, a partir del gótico siglo XV (mucho después del siglo de nuestro Chaucer) se empezó a pintar a la santa con un organillo portátil o con clavicémbalos.
Rafael Sanzio, 1570
Otros, como el papa Gregorio XIII (una sota vestida de sotana) la barajaron -tan concientes estaban de la brutalidad del 'mal latín' llegado a Geoffrey Chaucer- diciendo que 'entró en las nubes tocando el laúd' (del árabe al-awd, 'tortuga' -por la forma- y que tampoco se usaba por esos días): el laudes (acento en la a) latino significa loa, alabanza.
Y de hecho, Ceci dio el último gorgorito alabando... ya no sé si al Señor o al Metellus, porque con ese apellido no hay que estarse sin sospechas... Pues ya tenemos que la Chechi murió cantando, con voz propia, a capella y boca chiusa...

Para colmo, al alemán-inglés George Frederic Händel, que hizo la preciosa Wasser Musik y el Mesiah (con el aleluya casi-casi happy birthday para el rey George) se le ocurrió sobonear al papa -que le entraba al silbidito y a las rancheras del tipo Pero sigo siendo el rey (Alan Otto Kunz García todavía no la patentaba)-, y dio en componer, en 1736 (cuatro años antes del Mesíah), una Ode for Saint Cecilia's day tan bonita, que Henry Purcell, que había ya compuesto su Laudate Ceciliam en 1683, se desconoció y dio en demandarlo desde el infierno (sin mayor ayuda de la SAYCOPE, para variar) por el 'copy right'.
De remate, en este siglo pasado, el brutten oñoñoy de Benjamin Britten lo retomó, comentándolo en Fa menor, en su Anthem for St. Cecilia Virgin -lo cual no le constaba- y ahí fue la de 'toma, mientras' y agárrame el floripondio, porque se volvió, sobre el pucho y por pontifical cédula romana, la santa patrona de nosotros los músicos, los ciegos (doble patrona de Joaquín Rodrigo y de José Feliciano, amén de los del gremio de la latita)... y también de los torturados -que somos pocos pero somos-...

(Advertencia: Los músicos de profesión /no lean este colofón, /sólo toquen saxofón)

Colofón
Explicación irreverente del mito:
cerca de la iglesia Santa Cecilia, en el Trastévere romano, se encuentran las ruinas del templo de la Bona Dea Restituta (ojo con el adjetivo). Esta ‘buena diosa de la restitución' -de la salud, entiéndase- era la diosa romana que curaba la ceguera. La palabra latina para 'ceguera' es cæcitas, muy cercana a cæcilia).

Bibliografía al paso:
* Heinrich von Kleist, Die heilige Cäcilie oder die Gewalt der Musik (Santa Cecilia o la fuerza de la música)
* Anales del Colegium Musicum (donde estudió la preciosa bataclana Cecilia Combe).
VH 22 de noviembre 2011



26 de octubre: Homenaje a Wáshington Delgado

Omar y los astros
in memoriam

Supondré que el amor aún no existía.
La Singularidad aún no era el día,
ni la noche, ni esferas, ni destellos
de los ojos del cielo: epifanía...

Esto supo Jayyam, el que añoraba
comprender este mundo que giraba
en sueltos torbellinos, y a uno de ellos
le llamó amor, para sentir que amaba.

Vértigo irracional, el torbellino
entorpeció su vuelo en piedra inerte.
Omar cantó ese amor, y odió el destino
de saber que avanzaba hacia la muerte.

Esa congoja tuvo, y en el vino
quiso apagar lo amargo de su suerte,
y en los astros visibles, adivino,
leía ese dolor que el verso vierte.

Sintió su vida trunca, sin sentido,
falaz su verba, inútil su carrera
mellada por la tarde, y vuelta nido
del cuervo la mansión que construyera:

Dejó, como señal de lo que ha sido
piedra de amor, la arena del olvido...

Piedra de amor:
arena del olvido...
eso fue todo.

Nada más supo.
De su canto de amor
hizo una jarra
para verter, sin fin,
esa cosmogonía:

Una sombra, la torre
de los jazmines,
ese viejo color,
la mar, delfines…
y en los confines,
la piedra del dolor,
los serafines...

Cosmogonía: la alfombra de arrayán,
la agonía en la sombra: Omar Jayyam.

hasán az-zâlab VH