CENTENARIO de José María Arguedas,

Huérfano de madre, fue criado por los sirvientes indios y, según su propio testimonio, aprendió quechua antes que español. Fue traductor y recopilador de mitos, leyendas y canciones quechuas, y se dedicó a la antropología convencido del valor de la música y la poesía de un pueblo del que se sentía parte. Fue mucho más que un indigenista: su obra literaria se empeñó en trasladar a las formas modernas de la narración y al lenguaje castellano -sin desvirtuarla- una visión del mundo "otra", dando cuenta de las contradicciones de la sociedad y la cultura peruanas. En ese esfuerzo se jugó su vida. Desgarrado entre dos mundos antagónicos, aquejado de una depresión que se le hizo crónica, se suicidó de un balazo en 1969.

Lo recorremos en sus libros mayores; sus cartas a Ángel Rama, estudioso de su obra y amigo personal; su legendaria polémica con Julio Cortázar que enfrentó dos formas de entender la literatura, además de los testimonios personales de su editor argentino y su psiquiatra uruguayo.

Oscar Brando

"La muerte en Perú patria es extranjero…
La vida también es extranjero".
El zorro de arriba y el zorro de abajo


TIEMPO ATRÁS una biografía de Cortázar consideró que su nacimiento en Bélgica no había sido resultado de una estadía accidental de sus padres. Esta investigación desmentía algunos lugares comunes repetidos sobre el trabajo del padre de Cortázar y afirmaba que había ido a Europa a instalarse en forma definitiva y que un fracaso en ese empeño lo había obligado a regresar a Argentina. Otro caso singular fue el descubrimiento, hace años, de que Alejo Carpentier, contra lo que afirmó toda su vida, no había nacido en La Habana sino en Suiza.

Pueden ser dos detalles sin interés. Del primero parecería que no hay nada que decir; del segundo uno puede preguntarse por qué el ocultamiento. Al mismo tiempo si se entiende que los dos escritores tuvieron con Europa una relación particular (pero también la tuvieron Andrés Bello, García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Roberto Bolaño) es lícito, para ciertos enfoques psicocríticos, detenerse en el detalle. Porque de acuerdo a estos ni Cortázar, sobre todo, ni Carpentier, se habrían alejado viajando a Europa, sino que ese viaje habría sido el regreso a un origen que, por motivos sumergidos, habría sido denegado. Como se sabe Freud definía muy bien la denegación a partir de un hipotético ejemplo de terapia: cuando un paciente cuenta un sueño y dice "esa no era mi madre", es porque es la madre.

UNA HIPóTESIS. Puede encontrarse en Internet el seguimiento de una afirmación que hiciera Luis Valcárcel en sus Memorias: "José María Arguedas era hijo natural de un abogado de vida irregular". Un investigador solitario, Walter Saavedra, director de la publicación Tutaykiri, desde hace tiempo se propuso seguir la pista abierta por Valcárcel y la indagación iniciada en los ochenta por el profesor Blandy Gutiérrez Palomino. Las pistas de Gutiérrez conducían a Huanipaca, distrito de la provincia de Abancay en el departamento de Apurímac, y hasta una india de nombre Juanita Tejada, sirviente en la hacienda Karkeki, propiedad de don Manuel María Guillén, casado con la hermana del padre de Arguedas. Según esta historia mal documentada, Víctor Manuel Arguedas habría pasado la Semana Santa de 1910 por la hacienda de su cuñado y seducido a la joven Juanita que debía tener 14 años. La muchacha habría dado a luz hacia fin de año un hijo que, a las pocas semanas, fue entregado por los franciscanos a su padre. Si así ocurrió, José María fue llevado con su padre y con Victoria Altamirano Navarro a Andahuaylas donde figura haber nacido el 18 de enero de 1911 y bautizado el 25 de febrero. Vivió con Victoria hasta la muerte prematura de ésta en abril de 1914. A partir de allí, y hasta el segundo matrimonio de su padre en 1917, el lugar de residencia de José María es impreciso, aunque se afirma que vivió en la casa de su abuela en Andahuaylas. Pero atrevidas especulaciones de Saavedra, luego de una investigación de campo que hiciera en 2004 en Huanipaca, insinúan que el pequeño podría haber vuelto a la hacienda Karkeki con su madre, luego de la muerte de Victoria Altamirano.

Hemos calificado la investigación como aislada y mal documentada. Es muy poco probable que José María haya estado entre los 3 y los 6 años viviendo con su madre Juanita y que ningún recuerdo le haya quedado de esa convivencia. La idea de que Arguedas negara su origen iría a contrapelo de todos sus pronunciamientos acerca de su proximidad a la cultura quechua y de la necesidad terapéutica que se impuso a partir de 1960 de hacer explícitas sus complicaciones de carácter emocional. "Yo no me acuerdo de mi mamá. Es una de las causas de las perturbaciones emocionales y psíquicas", le dijo a Sara Castro-Klarén en las entrevistas que le concedió en 1966 y 1967. En el caso de ser cierta la maternidad de Juanita Tejada, este velo indica que o bien José María no volvió nunca a verla o si la volvió a ver lo hizo sin saber que era su madre. No se recorta con claridad entre las numerosas figuras maternas que irrumpen en la obra de Arguedas ni aparece en los recuerdos que desgranó a partir del Primer Encuentro de Narradores Peruanos en Arequipa en 1965, en los registros autobiográficos que se acentuaron en el último volumen de cuentos Amormundo o en el diario que introdujo en la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo. Entre las endebles pruebas que exhibe el creador de la tesis Arguedas-hijo-natural están las menciones a Huanipaca en la obra de Arguedas, una escena de violación que se produce en el cuento inédito en vida del escritor, "Mar de harina", publicado en Marcha en 1966 como preparación de la última novela, y parecidos físicos o declaraciones imprecisas de gente del lugar.

Hay algo descabellado en la tesis, si con ella se desea mostrar que la insistente afirmación de Arguedas de pertenecer al mundo indio tuvo una razón de origen, un componente atávico que Arguedas desconoció pero que actuaba sobre él. Algo que se ve habitualmente en el melodrama (el teleteatro es solo una exageración reciente de esto) es que el personaje realiza acciones inexplicables conducido por causas que desconoce. El atractivo que Arguedas sentía por el mundo indígena y que lo llevó incluso a falsear la prioridad de sus lenguas (no es demostrable que manejara en su niñez mejor el quechua que el español como él afirmó rotundamente, y es más bien seguro que su lengua principal fuera el castellano) no necesita la leyenda del niño expósito. Alcanza con la forma en la que fabuló su orfandad (wakcha), su vivir errabundo, su "forasterismo", la representación de un mundo unanimista que lo resguardaba en el contacto con la naturaleza, la violencia generada por una sociedad marcada por un profundo desprecio al indio y, en este sentido, una condición emocional personalísima que lo ponía siempre en el lugar sufriente.

La lengua materna. El desarrollo de la obra de Arguedas puede verse como una revelación o anagnórisis (descubrimiento), pero no sólo de esa identidad escondida, no reconocida. Apuntó hacia otro objetivo que lo trascendía, sin dejar la búsqueda original. Buscó una lengua que pudiera expresar el plus de sentido que, según él creía, se les seguía escapando a las literaturas indigenistas. A partir de esa convicción Arguedas comenzó a especular con la posibilidad de una lengua literaria, no mimética (rechazaba, en sus comienzos, la imitación del español que hablaban los serranos cuando bajaban a la costa) que encontrara, en una reformulación del castellano, algo próximo a la cosmovisión quechua. Esa, podríamos decir, fue la imagen de madre que persiguió Arguedas a partir de la invención de una "lengua materna".

Desde los primeros intentos fallidos de principios de la década del ´30, Arguedas fue avanzando en una teoría de la lengua quechua, que desarrolló hacia 1950 y que culminó en la novela Los ríos profundos (1958) publicada luego de años de trabajo. En esta novela, desde el primer capítulo, Arguedas no solo se presenta como traductor del quechua sino como inventor de formas pasibles de expresar la crispadísima subjetividad de su personaje. Ernesto, el protagonista adolescente, recuerda, al tocar las piedras del Cuzco las canciones quechuas que refieren al "yawar mayu", el río de sangre. Pero como él siente las piedras moverse bajo sus manos piensa si no se podría decir "yawar rumi", piedra de sangre, o "puk-tik yawar rumi", piedra de sangre hirviente. Arguedas creyó hallar aquí el mejor modelo de síntesis, de armonía de mundos, de literatura transculturada como luego la llamaría Ángel Rama. Fue la culminación (la cima está en el capítulo 6 "El zumbayllu") y el comienzo doloroso de una nueva anagnórisis, un nuevo reconocimiento que le consumiría los años finales de su vida hasta el suicidio.

La década del ´60 revelará todos los sentidos de esa crisis. Por un lado, los signos de la violencia social y mítica que se ambientaba en los patios del internado de Abancay y en la rebelión de las chicheras en Los ríos profundos, mutaría en violencia desagregadora en El sexto, la novela que recrea su experiencia carcelaria. Al mismo tiempo Arguedas descubre la incompatibilidad del quechua y el español y comienza a escribir algunos textos en la lengua andina. Poemas sobre todo, también un cuento, quisieron abrir el cauce de una literatura quechua; al final escribirá en quechua una carta a Hugo Blanco, el guerrillero preso que había encabezado levantamientos campesinos. En esos años recrudecen sus problemas psíquicos, comienzan sus tratamientos y entre las recomendaciones que sus terapeutas le dan está la de escribir sus experiencias traumáticas. Surgen entonces su tan citada conversación en el Encuentro de Narradores en 1965, sus declaraciones a Castro-Klarén, la escritura del relato que luego devendría el conjunto de cuentos Amormundo y la confección de un diario que finalmente formaría parte de la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo. En esta novela la dicción de los personajes es un caos irreparable, Arguedas parece conformarse muchas veces con la transcripción fiel de los testimonios grabados en la costa, hay una renuncia a cualquier tipo de organización conocida (tal vez se esté, como supone Lienhard, ante un nuevo tipo de relato) hasta el punto de suspender el desarrollo de la trama para presentar su fragmentación en los que llama "hervores". Si regresamos al razonamiento anterior, el fracaso de la lengua lo habría devuelto a la orfandad de origen.

El poder de los débiles. Arguedas hizo un primer intento de suicidio en 1966, y al final consiguió su objetivo en 1969. Pero el recorrido por los datos anteriores no tiene como finalidad explicar lo inexplicable, el suicidio, sino ese extrañamiento que Arguedas descubrió temprano, que intentó rebatir a través de su literatura, que le permitió la escritura de su relato cumbre y le exigió, en los años finales, un desnudamiento que, junto a la derrota de la transculturación, le fue debilitando su afán por vivir.

Un artículo de Mercedes López-Baralt plantea las "Tres llaves andinas para acceder a la escritura de Arguedas": Wakcha, Pachakuti y Tinku. El término quechua wakcha significa la orfandad. Está cargado de la pobreza material pero también del estado de ánimo de soledad, el abandono, el no tener a quién acudir. Wakcha es también el forastero, el desterrado, el migrante que no tiene qué dar y por lo tanto está en condición de huérfano. El personaje de "El sueño del pongo" (1965) será "huérfano de huérfanos". Lo peculiar es que esos desposeídos son los que contienen el poder de producir el pachakuti, de voltear el mundo e imponer justicia. Sin duda es el cuento "El sueño del pongo", escrito en quechua, el que informa mejor ese mesianismo andino que nace en el mito del Inkarrí, recogido y traducido por Arguedas una década antes. El tercer concepto, tinku, refiere al lugar de encuentro de elementos provenientes de campos diferentes. Toda la obra de Arguedas se construye sobre la intersección de dos mundos que proponen culturas disímiles, pero es sin duda en la última década en la que esos dos mundos inasimilables le proponen un conflicto irresoluble. En la novela de los zorros con que Arguedas cierra su vida esa oposición alcanza su máximo tono. La sierra invade la costa y la andiniza en un proceso inverso de la utópica tarea de civilizar, sobre todo porque la civilización, la ciudad, el puerto pesquero donde se desarrolla la novela está poluido por la explotación, la extranjerización y no solo ha barrido con la cultura ciudadana sino que degrada hasta lo ininteligible todas las lenguas que lo habitan. El zorro de arriba y el zorro de abajo luchan agónicamente adentro de un sujeto, el escritor, que no consigue que el optimismo venza al sentimiento de desarraigo, al extrañamiento.

Dice López-Baralt luego de citar del Encuentro de Narradores un penúltimo pronunciamiento de fe en la demolición de las distancias entre urin (abajo) y hanan (arriba): "Se trata del mismo optimismo voluntarioso -tanto más conmovedor en tanto nace de la angustia personal que ha visto cómo la orfandad biográfica se torna en desarraigo cultural y, ya en la plenitud de su vida y de su carrera, en marginación profesional- que lo mueve a emprender la escritura de la última novela".

Todavía en 1968, cuando recibió el premio Garcilaso de la Vega, dijo Arguedas: "Yo no soy un aculturado. Yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua. Deseaba convertir esa realidad en lenguaje artístico y tal parece, según cierto consenso más o menos general, que lo he conseguido". El 28 de noviembre de 1969 puso fin a esa demoníaca felicidad.

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