Más misteriosa aún, aquella que nos lleva a la literatura: ese desesperado intento de hacer un presente sin fondo con todo lo recuperado del olvido. Esa lucha denodada contra el olvido de lo que hubimos vivido o de lo que deseamos y aun temimos, constituye el tema medular de toda literatura.
Escribimos anhelando abolir o modificar un dolor, una bajeza, una vergüenza, escondidos entre los pliegues de nuestras pequeñas almas. Escribimos, también, radiantes de ilusión, por vivir –siquiera en la limpia soledad del papel- ese amor apagado en amargura, ese gesto magnánimo que se torció en vinagre, la alegría secreta que no fuimos capaces, esa vez, de hacerla florecer en gozo compartido...
Ahora estamos aquí, reunidos en torno a la palabra – como ante el primer fuego del neolítico- todos los que creemos en su fuerza. Es fortuito, meramente fortuito, que este hombre criado entre caballos y eucaliptos sea el que ahora les hable. No sé cómo decir esto que digo sin romper el precario equilibrio entre la vanidad –que es siempre grosera- y la simple modestia -porque puede ser falsa.
Lo diré de este modo: ahora hablan por mí, a través de mi voz, no sólo este puñado de narradores selectos, sino también el último de los escritores que ponen cada día todas sus ganas, todas sus energías, en esta dolorosa lid que es la escritura. Hablo también en nombre del bisoño que puebla sus líneas de ilusiones, y del que domina ya la esquiva técnica. Del novato que paga con feble moneda sus inicios, y del baquiano que cursa adelantado los intrincados caminos dela forma y la ficción. Todos, todos estamos construyendo este texto sin fin que es la literatura.
Alguna vez se dijo en Cajamarca: “usos son de la guerra vencer y ser vencidos”. Pues bien: ya estuvimos abajo; no demoraremos en volver nuevamente a las sombras. Otros serán, entonces, los que se alcen con las nuevas victorias. (También el ser humano se alimenta de sombra y amarguras, de ausencias y de olvido, de estériles crepúsculos y de noches de arena).
Básteme, ahora, recordar que a esta tribu (el acto de escribir es un acto salvaje: se parece al amor) pertenecemos tanto mujeres como varones. Hay ahora varias damas de las letras en esta selección. Ayer hubo otras tantas, mañana serán más. Y mientras tanto ¿cuántas mujeres han quedado- por ahora- en la sombras? Quiero dejar aquí constancia de la inmensa belleza de sus obras. Quiero que conste aquí mi admiración por ellas.
Hay sitio, en esta república de las letras, para todos los gustos y todos los estilos. Literatura realista, fantástica, de ciencia ficción, policial, psicológica, y otros géneros y subgéneros, transitan libremente, con el sólo requisito de un lenguaje rico y una prosa tersa, para recorrer quién sabe qué caminos...
Todos serán leídos (el acto de leer es un acto profundamente civilizado: se parece al amor). Y toda lectura implica un juicio crítico, así sea nebuloso: el ser humano descifra los símbolos con inquietante esmero, porque sabe, secretamente, que él mismo es sólo un símbolo. Sabe, en lo más oscuro de sí mismo, que es un enigma insondable. Y, aturdido, viste esa desnudez esencial con la palabra. Y al volver los ojos sobre lo ya vivido, vuelve a desnudar, a vaciar su conciencia.
La biología estudia la vida en su mínima expresión que es la célula. Parejamente, la literatura estudia la vida en su más honda dimensión: la conciencia. No es pues, entonces, la psicología la que analiza esta conciencia; ella estudia la conducta. Es mas bien el arte, la literatura la que tiene que ver con la pulsión de vida, con ese impulso vital de todo ser humano.
Así , pues, soy ahora la voz de esta gran tribu. Y ella quiere ser discreta, serena, agradecida. Quiere dar testimonio de la conciencia de su época. De sus fracasos y de sus logros. De sus temores y de sus anhelos. Quiere que recordemos que somos, en nuestra fragilidad, no sólo peores de lo que creemos sino, también, mucho mejores de lo que imaginamos. Que sepamos que más allá de nuestras pobres conciencias diurnas –que nos dan la idea falaz de nuestra separación en individuos- somos, claramente en el momento del sueño, una sola ilusión, un solo puño, una sola sonrisa, un solo y largo dolor, un solo espanto.
Por nuestras raíces, nos nutrimos de un mismo suelo. Elevados los troncos, somos un denso bosque de quimeras y ensueños. Por nuestras frondas, saludamos el viento que nos trae la palabra. Y esa palabra vibra, corusca y centellea y, perdida su gracia, cae privada de savia, y pasa a formar el humus que abonará los suelos para nutrir a otra desconocida generación de árboles en retoño... Ya Marcel Proust decía que los libros son hijos de la oscuridad y del silencio.
Por ahora, nuestra voz aún comunica con todo su vigor...Queremos que esa voz llegue a la patria grande que es América. Que gire y centellee, y vuelva agradecida a este recinto en el que están -lúcidas las conciencias- todos los de la tribu. Están también, sinceras y serenas, las voces tan disímiles, y sin embargo unívocas, de todos los escritores que aquí nos congregamos.
Señores de la Academia de la Lengua, de la Asociación Internacional de Escritores, del Instituto Nacional de Cultura, del consejo Nacional de Universidades, de la decana UNMSM, de la PUC y del PEN club Internacional, todos los narradores, poetas, novelistas y dramaturgos presentes agradecemos la calidad y seriedad de vuestros juicios.
De mí, sé decir que acepto con humildad esta tarea, con entusiasmo y renovada fuerza porque, como dice mi filósofo favorito, Mario Moreno Cantinflas: “yo nací encuerado, de modo que todo lo que lleve encima...ya es ganancia.”
Víctor Hugo Velázquez Cabrera
COPE 2000
1 comentario:
Esa magia de haber sido criado entre caballos y eucaliptos "cajamarquinos", de haber vivido con esa intensidad y tu envidiable dominio del idioma dan lugar a la belleza de tu narrativa.
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