Omar y los astros
in memoriam
Supondré que el amor aún no existía.
La Singularidad aún no era el día,
ni la noche, ni esferas, ni destellos
de los ojos del cielo: epifanía...
Esto supo Jayyam, el que añoraba
comprender este mundo que giraba
en sueltos torbellinos, y a uno de ellos
le llamó amor, para sentir que amaba.
Vértigo irracional, el torbellino
entorpeció su vuelo en piedra inerte.
Omar cantó ese amor, y odió el destino
de saber que avanzaba hacia la muerte.
Esa congoja tuvo, y en el vino
quiso apagar lo amargo de su suerte,
y en los astros visibles, adivino,
leía ese dolor que el verso vierte.
Sintió su vida trunca, sin sentido,
falaz su verba, inútil su carrera
mellada por la tarde, y vuelta nido
del cuervo la mansión que construyera:
Dejó, como señal de lo que ha sido
piedra de amor, la arena del olvido...
Piedra de amor:
arena del olvido...
eso fue todo.
Nada más supo.
De su canto de amor
hizo una jarra
para verter, sin fin,
esa cosmogonía:
Una sombra, la torre
de los jazmines,
ese viejo color,
la mar, delfines…
y en los confines,
la piedra del dolor,
los serafines...
Cosmogonía: la alfombra de arrayán,
la agonía en la sombra: Omar Jayyam.
hasán az-zâlab VH
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