6 de diciembre: san Nicolás de Myra

"La fecha de esta carta que estrujo es muy remota-

apenas si la evoca la luz de una canción-

y la ciudad de que habla se reclina mas allá de los mapas...

Mi amigo sin embargo está cercano

y podría tocarlo si pudiera tocar mi corazón".


Juan Gonzalo Rose


a Benjamín y a Carli
Aparecí en el universo la víspera de san Nicolás de Myra (Bizancio, 280-345), un 6 de diciembre. Aparecí, digo, porque mis amigos más despistados creen que salí del hermoso vientre de mi madre, y eso fue en setiembre (con María de Palestina, Sofía de Nápoles o san Miguel de Cervantes -asu!!!). En fin, como los taoistas, creo que uno comienza a existir el día de su concepción.
Pues yo fui concebido -entre castas caricias de consuelo mojadas de llanto por la muerte de mi abuelo- la víspera de Nicolás Pataka, el griego de Anatolia.
Entre los tristes santos catolicones del aburrido santoral, este del 6 de diciembre se me adelanta y me convence de pronto por su jovialidad, por su amor a los niños, a los enamorados, a los navegantes extraviados. Quizás por eso se ha confundido su día -en pleno adviento navideño- con el mismísimo 'espíritu de la navidad' (el père Noël francés: papá Navidad).

Antes, había pasado su nombre por transformaciones más o menos antojadizas: el Saint Nicolas francés, el Sinter Nikolaus holandés, terminaron en el familiar Santa Klaus neoyorquino, (cuando esta ciudad aún era holandesa y se llamaba Neue Amsterdam)...
De su antipática versión yanqui me alejé durante toda mi iconclasta juventud. Ahora, en la tercera edad, 'con el cabello gris me acerco' con sincera simpatía a este anciano alegre y serio a la vez, pero sin esa barriga que la Coca-cola le chantó -después de una encuesta entre los niños neoyorquinos- ordenando al dibujante Thomas Nash (1881) su promoción navideña con un "abuelo bonachón, que empina el codo -de ahí la nariz roja- y que para siempre con frío".
En las versiones coloreadas de esta estampa nashiana, los calzones de Nicolás eran verdes y la casaca amarilla... Fue sólo en 1902 que la misma Coca-cola le cambió la vestimenta a sus ya ultraclásicos colores promocionales: rojo y blanco.

Ahora, con la barba parecida a la del 'viejito pascuero' (su nombre en Chile y en la sierra argentina), me le acerco, ya convencido de que tanto él como yo hemos sido rebasados por la historia y tergiversados por los varios testimonios de nuestros 'biógrafos': detentamos cuanto infundio, -ya sean alabanzas, ya sean calumnias- se le ocurre a los que no saben vivir vida propia y sí andan 'cuidando' la ajena: curas, moralistas, eruditones, pacatos de atrio, tartufos vela verde, gays resentidos, mujeres postergadas...y también 'amigos' que yo me sé...

Desde mi apatía e incuria navideñas, no voy a negar mi cariño por este anciano greco-turco, 'cayado de oro, barba florida y canas de plata bajo la mitra' que sólo en él deja de ser estúpida' (ahí te hablan Cipriani), y que cada año siento más como mi hermano mayor o, mejor aún, como mi padre (que desde este mismo instante ya no está preso ni torturado por sus ideas, y habita comarcas a orillas de algún desconocido río), sereno como siempre, generoso por demás, y dispuesto a abrir la puerta al humilde, al perseguido, al triste, al solo... Pronto a salir del fondo de la casa con un colchón al hombro, tirarlo en media sala y, con sonrisa dulce, decirme en voz muy queda: "que se acueste ya tu amigo. Mañana siguen conversando: es tarde"... sin que ni la visita de alta noche ni yo sepamos cómo cuernos escuchó desde su recámara las cuitas del expulsado o del triste.

Yo, que odio, como el Abenezer Scrooge de Dickens, la navidad -por postiza, hipócrita, miope y egoista- no puedo ser ingrato a 'mi santo' y muchísimo menos a mi padre (mi personal Hagios Nicholás) y siento que mis puertas deben abrirse más que nunca al aire nuevo, al afecto, a la inocencia del que sufre, del desposeido, de los niños sin risa...
No tendría otra excusa para seguir odiando con tanta fuerza al poderoso, engreído, indolente, pagado de su suerte 'prelado del Perú... mientras intercambia regalos y zalemas con su pandilla tras el poder de la doble K. Perdón por el exabrupto.

Víctor Hugo Velázquez Cabrera


PS. Amable burla de Alfredo D'Arrigo, de Bellas Artes, sabiendo que detesto el alcohol, los colores yanquis de la coca-cola... y la navidad, igual que el Scrooge de Dickens...

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