Asumamos de una vez que la literatura es un congelamiento de la oralidad, y que no necesita, obligatoriamente, de la escritura. Un canto de cuna huambisa no está escrito, pero con seguridad está cercano a la poesía de Gabriela Mistral o al canto de Nicolás Guillén, y aún al acalanto de Xico Buarque. Un haylli de cosecha del Mantaro es voz al viento -verba volant…, como recomendaban los primero latinos- y sin embargo está muy cerca de las odas de Neruda.
Busquemos entonces en la mata viva de la historia: ¿no hubo ya un negro en la Isla del Gallo? ¿Qué cantaba? ¿Cómo verbalizaba su vida? ¿Atravesó acaso mudo los vientos y la polvareda de la costa? ¿No habló, aun para sí, cuando el aroma de los valles y bosques de los Andes lo embalsamaba? Las crónicas son parcas en esta materia. Debemos esperar hasta los inicios del siglo XIX para encontrarnos con una alabanza a un blanco ¿Cómo, si no, iba a "ser digna” de la tinta y el papel? Baquíjano se va en 1812 a las cortes de España, casi expatriado, y los congos lo despiden:
Coraconse, o corangolo
Mepansuambashi.
Baquíjano luanda cacáne,
I fumu ia tulunda
Baquíjano cuenda-cacuenda
Nsambi inguá itata.
Baquíjano canine Congo guaienda
Angui tuina ie fumu
Ngueie utufiri usala ie moco.
Averiguamos que quisieron decirle:
Dios te guarde, Dios te guarde fuertemente
Consejero.
Baquíjano el hombre grande nos desampara,
El amo que nos defendía:
Baquíjano se va, ya se va,
Ya sólo Dios nos será padre y madre.
Baquíjano, despídete de los congos al irte,
Pues aunque tenemos amo,
Tú solo nos dominas hasta la uñas y las manos [1]
Pero ¿no hay otros indicios del negro en nuestra etnoliteratura? Sí, si seguimos el tenue camino de la oralidad. Encontraremos las cumananas de Yapatera, en el alto Piura. Algo oiremos del lundú y del lundero en el valle del Saña, que dieron el tondero. Tendremos en las manos algún atisbo del landó –reconstruido malamente después de deslumbrarnos con el Ballet folclórico del Senegal- que dio, en su tiempo, la danza del festejo… Por donde llegaremos al ñáñigo del tío Bartolo, a los panalivios y amorfinos, a las habaneras y aguanieves, y a los costumbrismos, el fino, el de los Áscuez, los Vásquez, los Santa Cruz, y el otro…
Sin embargo, así que avanzamos con el oído, se nos hace humo la palabra –que es lo que importa a nuestra tarea: rastrear las bellas letras, en que descubramos vivo y latiendo al hombre de las sombras-. Estamos pues condenados a bucear en los tomos insomnes de nuestras bibliotecas: … scripta manent.
Manuel Ascencio Segura tiene algo de nuestro hombre, pero diluido en la lejanía de la estampa fugaz. Nos detendremos en Palma: dice delicias del negro Martín de Porras[2] y hasta está a punto de superar la belleza de su propio Alacrán de Fray Gómez. De paso, nos da noticias del negro León Escobar que fue presidente del Perú… por doce horas, en 1835, entre los remilgos de Orbegoso y los truenos de Salaverry. Vital, decidor y zumbón (¿mandinga?) nos traerá la bravura del zambo ‘Indio’ Cevallos montador de toros, y que no olvidará Goya en sus aguafuertes de tauromaquia. Así de Arredondo, mulato que rompe plaza y lanza en mano hace vibrar los principios de su siglo. Así de Juanita Breña, zamba atrevida para los toros, a la jineta sobre un caballo palomino, ejecutando, capote en mano, la ‘suerte nacional’.
En ese mismo talante nos hablará José Gálvez Barrenechea, en su Calles de Lima y meses del año, de:
Los tres reyes del oriente: vino, chicha y aguardiente [3]
donde columbramos, siempre pequeño y distante, a nuestro buen Baltasar con la tez color borravino …
Tendremos que esperar hasta Enrique López Albujar para ver, tosco aún, pero ya cercano y rico en luces y sombras, al Matalache de una Piura colonial, revivido a principios del siglo XX. Aparece también, devoto y taumatúrgico, el vozarrón del turronero de Levitación, ese magnífico cuento de Manuel Beingolea, ya con el perfil bien boceteado[4].
Ahora sí, quizás, está lista nuestra imaginación para hablarnos con épica belleza, y sin embargo con un desdibujo adrede, de Jijuna [5], el salteador de caminos de Diez Canseco. Aquí sí quedan superados los Caballeros del delito de López Albújar: sentimos el pulso del Jijuna y le tememos …
Ciro Alegría intenta, caballerosamente, despercudir las conciencias de Carita y Tirifilo en su Duelo de caballeros, mientras José María Arguedas va incubando esa magnífica saga de la vida nacional: El zorro de arriba y el zorro de abajo. Por fin le vemos la cara muy de cerca a nuestro hombre de sombras: Ciriaco Moncada, el zambo chimbotano comedor de maderas y plumas que pasea su locura –tan lúcida- por nuestros ojos. Su voz estentórea tiene ya los gestos de la trágica Casandra, y penderá sobre nuestras cabezas para siempre…[6]
También vendrá la voz serena de Ribeyro que hará una implacable radiografía de nuestra hipócrita Lima: De color modesto, cuento del desamor a una zamba, y el genial relato Alienación, la historia del triste Bobby López, zambo desteñido y ya rubio que morirá bobamente en Corea, y su amor imposible por la mujer que lo (nos) despreció.[7]
Ahora sí están listas las voces para expresar el alma de la etnia: aparecen los rostros simultáneos de los zambos de Los ermitaños, de Gálvez Ronceros y se nos vuelven retintos en el delicado Monólogo desde las tinieblas. Nos lleva como aguaitando y de la mano, para husmear en sus vidas y luego demostrarnos la simpleza campesina del negro de Octubre, nos suelta de improviso para dejarnos en estupor frente al mito en su Monólogo para Jutito: [8]
“A tu edá, Jutito, ditingues lo pájaros por su canto y sabes quiárbole anidan. Decubres por su huella o po su guito lo animale venenosos que se econden entre la yerba. Sabes cómo traete abajo un gavilán, de qué modo acallá perro ambravecío, cómo sujetá mula terca, qué hacé con un poíno movedizo, cómo aparejá bura preñá, de qué modo cargá los serones, en qué sitio sentase en un buro a pelo, qué yerbas ventean a las bestias, cómo apurá buro tardo, ónde ponele la pedrá a la víbora, cómo quemá paja al borde diun sembrao, con qué yerba se cura el maldiojo, cómo mata sabandija, qué hacé frente a un perro que bota espuma, cómo aclará agua turbia, qué hojas se queman contra lo zancudos ,cómo enfriá buro alunao, ónde poné los pies en un cerco e brotes, de qué modo limpiá un arbo cargao de arañas, qué hacé con la mancha e pericos que llegan con el verano, cómo se tuece el pecuezo a un gallo, de qué modo pelá un conejo, cómo decuatizá un cerdo, a quiera toman aguas las bestias, que palaibras se dicen contra un pájaro malagüelo, pa qué sirve la yerba de matagusano, cómo quitale el dijuerzo a un animá machiembrao, de qué modo ditinguí el güevo e paloma del güevo e culeirba, cómo hacé un collá con chiquititas flores de campanía… Miras pariba y sabes, Jutito, el tiempo o si va a llové. Sabes pónde cruzá el río, cómo cazá camarone, ónde econtrá la leña má seca, con qué ramas se techa una casa, cómo se hace un epantapájaro, qué yerbas comen los cuyes, de qué modo curá animale güenos pal hombe, cómo hacé diun calabazo una cabeza e muñeco, de qué modo cotá cañabrava, ónde hay jruta juera e su tiempo, cómo engañá a un chaucato imitando su canto, ónde encontrá pierecita e colore, cómo se hace un pitito con hoja de ficu, qué hacé con un nío e polluelo quia caído diun arbo en el camino. Pero tamién has aprendío, Jutito, a asutate con cosas de la noche. Sioye en la oscuridá el guito diuna lechuza y crees quiun animá malagüero le ta anunciando a alguien la muete. Un coquito suelta en la noche su canto inteminable y piensas que ta llamando pa llevate a un lugá deconocío onde vive el miedo. Crees quiun aleteo o un trustrus en la madrugá es diuna burja que llega a sembrá un daño incurable y de burla. Entonce tiemblas con ese suto tan grande que sientes lo niños po too lo que brota e la ocurrida… A tu edá tan chiquitita sabes cosas que tialegran y cosas de miedo que tiacen sufrí. Pero te farta aprendé mucho má. Cuando seas un hombe tendrás que enderezá elagua en los surcos, darle tu juerza a la tierra, aventá con cuidado la semía, etarte atento al depuntá de los brotes, perseguí duramente la malayerba, llevá como de la mano a las plantas pa que anieguen de jrutos la vida… Pero un día, Jutito, ya no podrás inclinate sobe la tiera y tendrás que dejá a los má juertes tu lugá de plantas, semías y surcos. Lo que tiabrán ido entregando día a día po tu trabajo, se luabrán llevá fácilmente los años, comuel viento se lleva las cosas que naa pesan. Entonce comprenderas que tas solo y pasarás lo días consumiéndote en silencio sobe una piera dialgún camino. O tal vez haya pa que arrees una yunta de bueye que jalen una carreta, unos bueye casi ciegos y tan viejos quiabrán tenío que dejá igual que tú lo surcos. Con unos cubos sobe la cabeza, irás al pozo diagua hondo y ocuro y regresarás a la casa del dueño de la carreta y los bueye: esa podrá sé una ocupación pa un hombre envejecío. Y llevando el agua, enderezándole el paso a los bueye o agarrándote dellos pa enderezátelo tú, irás depacio po lo viejos caminos sin que nadie tiapure, poque a la muete le da lo mimo que vaya depacio o ligero un hombre que ya ta mueto”.
Gregorio Martínez nos conducirá por la Tierra de caléndula. Siempre aguaitones, pero ya escaldados por Jutito, estaremos atentos a los momentos de alto lirismo que nos enrostran a la vuelta de cualquier camino. Aún escucharemos el Canto de sirenas, de amor y eros y sabremos que este rostro de hombre oscuro y múltiple es también de mujer …
Mientras Luis Fernando Vidal deja su póstuma visión en Sahumerio, y Miguel Gutiérrez vuelve a la vida los fantasmones de Hombres de camino, Cronwell Jara entra de bruces en las entrañas de la negritud: Babá Osaim, cimarrón, ora por la santa muerta, [9] es un libro de iniciación y abadía, de neófitos y santos: Barranzuela es un rey negro de la nada en la amazonía. Ogotommeli es un gramático cazador y ciego. Babalú-Ayé compite con Jesucristo por el uwengue, entendimiento sabio del pensamiento y la naturaleza elementales del mundo. Martín de Porras nos habla desde su infancia. Rosa de Lima muere y la llora Osaim el leproso. Fraicico es el mismo esclavo zambo que deslumbró a Francisco de Goya y Lucientes. La prosa de Jara es un río de árboles y serpientes. Las palabras son raíces y ramas. Los verbos, cortaderas. Los nombres se desnombran y se tiñen de otros sentidos: la piedra es hombre, el hombre es río, el río es viento, el viento, tiempo. En ese tiempo se sumerge el odio. En ese tiempo se desteje la trama del amor. Acabamos asombrados con el sabor del barro y de la arena en las bocas sedientas …
Releamos lo escrito. ¿Ésta el hombre oscuro con su baobab y su lanza en esas líneas? ¿Lo está en los nombres pronunciados? ¿No está, pero se lo presiente? ¿Está y no se le reconoce? Traslademos por un instante la atención hacia el lado proximal del microscopio: ¿Quién atisba? ¿Qué columbra? ¿Se sabe que se observa a sí mismo? Baltasar Gracián solía decir, en su prosa desmontada y torcida, que “visto un león, vistos todos los leones. Visto un hombre, visto uno, y sólo a medias”. ¿Se reconoce el pensador hablante en el oscuro hablado? ¿Visto un hombre negro, visto uno y sólo a medias? Y el hombre blanco ¿se reconoce en el negro?
Las historias oficiales suelen blanquear a sus héroes: Bolívar era llamado ‘zambo’ por sus detractores, y aparecen aclarado en las pinturas de sus panegiristas. Faustino Sánchez Carrión era un hermoso cholo. Todos recordamos aún la portada de la Guía Telefónica en su centenario: un hermoso hombre blanco nos observa desde la luz ámbar de su ámbito de cartón.
Ricardo Palma se dijo a sí mismo que ‘quien no tiene de inga tiene de mandinga’: él tenía un punto de mandinga. Enrique López Albújar tenía más de un punto. Nuestro conde de Lemos, Abraham Valdelomar, se estiraba los crespos con gomina y alcurnia. El patricio José Gálvez Barrenechea distraía su sangre con sinigual destreza en la elegancia.
¿Nos devuelve la mirada el hombre oscuro puesto en el microscopio? ¿Nos aceptamos hombres, así, sin adjetivos cromáticos? ¿Cómo nos percibimos?
Compartamos la siguiente lectura:
“…increíble que en Inglaterra, un país que había combatido con las armas el racismo nazi, renacieran prejuicios de esa índole. ¿Qué tenía un blanco que no tuviera un darkie? Por ejemplo, si él y yo, ahora mismo, nos hacíamos un corte, ¿no lucirían nuestras sangres indiferenciablemente rojas? ¿Acaso no podían un hombre blanco y uno de color simpatizar y entenderse como veníamos haciéndolo?
No había duda posible: para los ojos glaucos del carpintero, yo era un negro, una variedad dentro de ese conglomerado de tinieblas humanas -los ‘oscuros’ o, como púdicamente los llamaban todavía en los avisos de los periódicos los dueños de casas que solo querían inquilinos blancos, los ‘no europeos’- donde se confundían ugandeses, libios, jamaiquinos, sudamericanos y, sin la menor duda, griegos, españoles y portugueses. Para este limpio muchacho británico la humanidad se oscurecía al otro lado del canal”. [10]
Demorémonos un instante. Releamos. ¿Quién habla? ¿Quién es el 'yo' de este inesperado par de párrafos? ¿Quién el negro, oscuro, no europeo que nos interpela?
Esta prosa pertenece al artículo Yo, un negro, que aparece en el segundo tomo de Contra viento y marea de … Mario Vargas Llosa, patricio provinciano, arequipeño, cochabambino, piurano, perleño, súbdito español, londinense…
¿Así que cualquiera de nosotros pudo haber escrito las líneas de arriba? ¿Persistiremos en nuestra torre de marfil? ¿No nos recuerda esto la parábola borgesiana de la muralla cuya primera atalaya es violeta y el color de la segunda difiere tan insensiblemente de la primera y de la tercera, y así sucesivamente, hasta la última que es de color marfil?
Las páginas precedentes han querido ser, a propósito, panorámicas y genéricas. He evitado adrede toda erudición bibliográfica para mejor navegar en nuestra historia literaria que, si lo es, es la historia de la conciencia humana.
24 de junio, 2007
en: Historia y Cultura 24
[1] Comisión del Sesquicentenario de la Independencia. La poesía de la Emancipación. Colección Documental de la Independencia del Perú, tomo XXIV, Lima 1971, p. 101.
[2] Ricardo Palma. Tradiciones Peruanas, Aguilar, Madrid 1957, págs. 172, 264, 265, 294, 365-367.
[3] José Gálvez B. Calles de Lima y meses del año, IPC, Lima 1943.
[4] Manuel Beingolea. Cuentos pretéritos, Lima 1933.
[5] José Diez Canseco. Estampas mulatas, Lima 1938.
[6] José María Arguedas. El zorro de arriba y el zorro de abajo. Ed. Losada, Bs As 1971.
[7] Julio Ramón Ribeyro. Cuentos completos. Ed. Alfaguara, Barcelona 1994.
[8] Antonio Gálvez Ronceros. Monólogo desde las tinieblas. Ed. El sol, Lima 1975.
[9] Jorge Cronwell Jara Jiménez. Babá Osaím, cimarrón… Ed. Concytec, Lima 1979.
[10] Mario Vargas Llosa. Contra viento y marea 2. Ed. Peisa, Lima 1990.